sábado, 22 de mayo de 2010

Hambre de liderazgos positivos


Fernando Arredondo

El episodio protagonizado en las vísperas del Bicentenario por Cristina Kirchner y Mauricio Macri deja desnudos aspectos más que inquietantes sobre la verdadera magnitud que tenemos como “nación”, en su acepción más bien cultural que política.
Repasando, la presidenta había sido invitada por el jefe de gobierno porteño a la reinauguración del Teatro Colón, que será el 24 a la noche. El alcalde capitalino, hay que aclararlo, se había encargado de manifestar que no le hubiese gustado que la presidenta concurra a la cita con su esposo Néstor Kirchner, por sus desavenencias políticas, exacerbadas desde que el ex presidente Boca está procesado por las escuchas ilegales. Macri está convencido que el juez Norberto Oyarbide actuó por orden del ex presidente. Cristina decidió no ir a la velada en el mayor coliseo del país. En una carta hecha pública el jueves, la mandataria se mostró ofendida “por la increíble cataratas de agravios” del líder del PRO. Macri retrucó con otra carta en la que le pidió a la jefa de estado que revea su decisión.
Semejante sainete entre dos dirigentes en la cúspide del poder político argentino viene a poner las cosas un poco en claro en medio de tanta parafernalia bicentenaria. Porque mucho se habla en estos días de que “somos” un país así, asa, y bla, bla, bla, pero en los hechos no nos podemos juntar al menos a tomar un café con medialunas porque nos agarramos a las trompadas. Uno supone a partir de esto que si ambos dirigentes no pueden ni siquiera juntarse para un acto oficial, menos lo podrán hacer para consensuar políticas de estado aunque más no sea a corto plazo.
Y lo que les pasa a Macri y Cristina (que parecen olvidarse de que no se representan a si mismos, sino a un país y la capital de ese país) no es un hecho aislado, porque la misma situación se traslada a todas las esferas y lo único que cambia son los actores. Pasa así en el mundo empresario, en el mundo artístico, en el mundo deportivo, en el periodístico y en todo lo imaginable. Las raíces de esa actitud ante la vida habría que rastrearlas quién sabe dónde, pero lo que si me atrevo a decir como primera conclusión es que se trata de un facilismo chambón camuflado de enojo: es más sencillo rezongar que hacer, porque hacer implica esfuerzo y compromiso. Y a eso si que le tenemos miedo.
Esta y otras jugosas peleítas conventilleras nos mantendrán entretenidos en tanto sigan lloviendo “sojadólares”, las cuentas cierren y parezca que no es necesario trabajar en la construcción de una nación sólida y diversa, preparada para enfrentar los complejos tiempos por venir y las cíclicas crisis que tarde o temprano van a llegar.
A quienes les interese esto de construir (aprovechando que vamos a estar conectados en continuado con Sudáfrica durante un mes por el mundial de fútbol), pueden ver la película Invictus o leer el libro en el cuál se basa, El Factor Humano de John Carlin, donde se da cuenta de los esfuerzos de Nelson Mandela para lograr una integración nacional imposible de creer para un país que tuvo un nivel de segregación racial que avergüenza a la especie humana y que aún hoy no ha sido desterrada por completo. Mandela tendría sobrados motivos para cobrárselas a sus enemigos blancos luego de haber pasado 27 años de su vida preso por liderar la Resistencia. Pero en cambio cuando llegó al poder optó por edificar, no por deshacer. Es ejemplo de liderazgo positivo, un modelo de conducción que en Argentina no se consigue.

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