domingo, 19 de diciembre de 2010

Después no valdrá lamentarse



Fernando Arredondo


A la mayoría de los entrerrianos, cuando le hablan de preservar sus ríos y los ecosistemas que ellos conforman, les tocan una parte sensible. Hay que haber nacido y vivido en la provincia para entender de qué se trata. Un brevísimo repaso de acontecimientos históricos de nuestra provincia nos dan la pauta de que gran parte de los hechos trascendentales que nos suceden –incluso contradictorios entre sí– tienen que ver con nuestros ríos: la inauguración del Túnel para atravesar el Paraná, la apertura del puente Victoria-Rosario, la construcción de la represa hidroeléctrica de Salto Grande, las luchas ambientales contra la represa del Paraná Medio, la más reciente y aún vigente contra la planta de pasta de celulosa sobre el río Uruguay.

Quizás a conciencia de esta particularidad de quienes habitamos este rincón del planeta, la clase política suele echar mano de vez en cuando a alguna iniciativa de barniz ambiental o ecologista para supuestamente preservar nuestra riqueza natural de la depredación capitalista, a sabiendas de que la noticia tendrá impacto. Después, si el proyecto llega o no a ser ley, o si la ley se cumple o no, no importará: lo único que le interesaba al o a los impulsores de la iniciativa era ganar un poco de la tan ansiada notoriedad.

Durante la semana se informó de un proyecto legislativo provincial que tiene por objetivo prohibir la exportación de agua dulce extraída de nuestros ríos hacia otras latitudes del planeta, donde aparentemente llegaría procesada y apta para consumo. El agua en cuestión estaría siendo tomada ilegalmente por barcos del extranjero que recorren los ríos con mercadería, que cargarían el líquido en crudos en sus bodegas. A decir verdad hace años que se escucha decir que esto sucede, pero hasta el momento no se ha aportado una prueba que certifique esta acusación, grave por cierto. En todo caso, antes de legislar, habría que activar los mecanismos para comprobar si el robo se está cometiendo o no, para a partir de allí tomar las medidas necesarias. De otro modo, se estaría construyendo una norma en base a supuestos o quizás un mito, y eso no es serio.

Nadie está exento de caer en el pecado político de la demagogia y por eso para evitarlo hay que tomar las precauciones necesarias que permitan alcanzar una legislación efectiva que, en este caso, de veras preserve nuestra naturaleza.

Por otra parte, no se puede obviar que los ríos Paraná y Uruguay son compartidos con otras provincias e incluso con otra nación, como la República Oriental, y que por lo tanto no bastará con una normativa provincial para alcanzar los objetivos propuestos. Se debe pensar de un modo global el problema, incluyendo a la Nación en el tema para llegar a una legislación sólida y efectiva, con los correspondientes organismos de control debidamente especificados para que se encarguen de hacer cumplir la ley.

Lo que está claro es que urge crear conciencia y establecer leyes que obliguen al cuidado de nuestras riquezas y biodiversidad porque la situación planetaria así lo amerita, además de la trascendente posición que ocupa la Argentina en la materia. Basta para comprender esto traer a colación algunas conclusiones del informe Planeta Vivo 2010 realizado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), la Sociedad Zoológica de Londres y la Red de la Huella Global, y difundido en la Argentina por la Fundación Vida Silvestre. Ese estudio determina que Argentina ocupa el noveno lugar mundial en cuanto a recursos naturales, sobre 150 países relevados con datos de cuatro décadas. Por encima de nuestro país están Brasil, China, Estados Unidos, Rusia, la India, Canadá, Australia, Indonesia. Le sigue Francia. Estas diez naciones, dice el informe, cuentan con el 60 por ciento de los recursos que el planeta necesita para generar alimentos y enfrentar el calentamiento global. Los datos se hacen más dramáticamente relevantes si se tiene en cuenta que, también de acuerdo a este estudio, “para 2030 la humanidad necesitará de dos planetas y en 2050, de casi tres, para satisfacer las demandas en el consumo de recursos naturales”.

En ese contexto Entre Ríos, el Litoral, nuestra Mesopotamia y toda la región juegan un rol protagónico y vital que invita a pensar y actuar con precisión para no lamentarnos en el futuro de lo que no se hizo, o se hizo mal.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Capital de las contradicciones



Por Fernando Arredondo

Está espesa Buenos Aires, está rara. “Hay como una violencia contenida”, me dice alguien que le pone algunas palabras, un atisbo de explicación a lo que se siente caminando por la capital del país, una ciudad cada día más extraña –sobre todo para los que vivimos en el interior del interior–, donde la tonada de una paraguaya, una correntina o una salteña (para el caso da lo mismo) explotada en un bar puede llegar a ser, para quienes viven allí, un exotismo cool.
Una ciudad de contrastes cada vez más marcados la Reina del Plata, esa megalópolis que se chupa todo y que de tan angurrienta hoy se atraganta con inmigrantes indocumentados de países limítrofes que llegan hasta sus entrañas para ser explotados en talleres textiles o de otro tipo y que –vaya paradoja–, le usurpan en la zona sur, la zona pobre, un parque que se llama “Indoamericano”, donde piensan enclavar sus chozas de nylon pase lo que pase, incluso si los siguen matando. Ya van cuatro.
Como buen provinciano, uno no deja de sorprenderse mientras camina por Buenos Aires, sobre todo en lugares como Palermo. Me cuenta un nacido y criado en un barrio cercano que hasta la década del 90 Palermo era distinto: “era bravo entrar acá. Estaba lleno de talleres mecánicos, no como ahora”, me sintetiza. Barrio de “una despreocupada pobreza”, había escrito Borges.
Hoy es tierra ocupada: de a ratos no se escucha a nadie hablar en español. Son todos ingleses, franceses, alemanes, brasileños que se pasan el tiempo comiendo y bebiendo en sus bares a toda hora.
Tantos euros y tantos dólares dando vueltas producen exorbitancias. Producto de esa fiebre consumista que impregna todo de repente uno puede llegar a encontrarse parado frente a la vidriera de una tienda en el denominado “Palermo Soho”, donde una camisa estampada cuesta 780 pesos. O un jean 1.600 pesos. Son precios de “Bolivia”, nombre de la tienda en cuestión, donde entre otros se visten (o vistieron) Gustavo Cerati y Andrés Calamaro. Jorge Lanata participó de una campaña publicitaria on line para esta marca junto a otras celebrities.



Gustavo Samuelian, dueño de la tienda, ha admitido que no conoce Bolivia y que eligió el nombre porque es “fuerte, con personalidad”. Muy cool. Tanto prestigio tiene “Bolivia” que incluso fue mencionada en una crónica porteña en The New York Times, que entre otras cosas dice: “Buenos Aires es una ciudad donde, para gracia de los argentinos y de los vecinos, todos lucen bien. Las mujeres son altas y de pelo largo, y de igual forma son los hombres…”.
La crónica no comenta nada acerca de la gente que había comenzado a armar una toldería a unas 10 cuadras de allí, a los costados de las vías del tren que va a La Paternal. Aún hoy se ven los restos del frustrado asentamiento. “Eran unas 50 familias, todos cartoneros. La semana pasada los desalojaron. Villa Hollywood le habían puesto”, cuenta un taxista mientras nos conduce por la zona. El asentamiento estaba en el corazón de lo que hoy se conoce como “Palermo Hollywood”.
Por llegar a Barrio Belgrano, más al norte en la ciudad, mi compañera y yo le pedimos orientación a un hombre parado en una casillita, que simulaba ser un kiosco de revistas en Plaza Barrancas (un mini Parque Urquiza rodeado de edificios y una avenida). Simulaba, digo, porque en la casillita no había nada. Más bien eso parecía un improvisado puesto de vigilancia. Antes de indicarme hacia dónde ir, nos preguntó, serio: “¿Los asaltaron?”. “No, solo estamos un poco desorientados”, le aclaramos. Sin perder la seriedad, el tipo nos dijo “anden con cuidado, esta zona está muy peligrosa”. Era mediodía. Seguimos camino, sin temor porque la verdad nada de lo que nos rodeaba nos significaba peligro. Coincidimos, por cierto, en que quizás tanta contradicción se resuelve con esos niveles de paranoia. Y a veces con sangre, como en Villa Soldati.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Las balas ya no son solo de plomo



Fernando Arredondo

“Tenemos que tomar precauciones contra la infiltración de influencias indebidas, adrede o no, provenientes del complejo militar industrial”.

(Dwight Einsehower, ex presidente de EEUU, en su discurso de despedida en 1961. Dos años después mataban a su sucesor, John F. Kennedy)


El mundo asiste sorprendido en estas jornadas a la revelación de documentos secretos de la diplomacia norteamericana que desnudan en alguna medida qué ve –o qué quiere ver– Washington cuando nos ve. Realmente impresiona recorrer medios de todo el planeta, casi país por país, donde las filtraciones difundidas por la organización Wikileaks que conduce el misterioso periodista/hacker australiano Julian Assange ocupan los principales titulares. No es para menos: se trata de 250.000 “cables” (en realidad son mails) con comunicaciones entre el Departamento de Estado norteamericano y 257 embajadas distribuidas en todo el planeta. Y del total de mensajes, al menos hasta ayer no se habían procesado ni siquiera 500. Queda muchísima tela para cortar.
Sin dudas estamos frente a una operación mediática a escala planetaria, innovadora en sus formas ya que explota a fondo los recursos que hoy brindan las nuevas tecnologías de la comunicación. Una señal distintiva de esto es que la información está en un sitio “wiki”, especie de banco de datos on line que puede ser modificado por usuarios. Sin embargo Wikileaks (Wiki “filtraciones” sería su traducción) se diferencia de otros wikis, como la Wikipedia, en que solo puede ser modificado si se es un usuario con permiso adecuado.
Hay quienes viven este momento como un súmmum de transparencia y democratización de la información ya que se ha logrado poner al descubierto el backstage del imperio. Pero también están quienes ponen en duda que esto realmente sea así y que los objetivos de la operación, en realidad, sean otros.
Un elemento a tener en cuenta: no todos los documentos robados en Bagdad por el soldado norteamericano Bradley Manning, de 22 años (hoy preso), de las redes informáticas secretas del Pentágono SIPRNet y JWCIS en un CD regrababale de Lady Gaga (así dice la “historia oficial” que sucedieron los hechos) son los que se van a conocer. Wikileaks realizó una primera selección y otra más hicieron los medios “tradicionales” que se asociaron a Assange para difundir el material: The New York Times (EE.UU.), The Guardian (Reino Unido), El País (España), Le Monde (Francia) y Der Spiegel (Alemania). El criterio utilizado para dejar afuera cierto material no es del todo “transparente”.
Los cables en cuestión son de las sedes diplomáticas, no de la inteligencia o el espionaje norteamericano. O sea, lo que queda expuesto es en gran medida la labor de burócratas que en general se la pasan de cóctel en cóctel, no la de agentes secretos como los Jason Bourne o James Bond (aunque este era inglés por cierto) a los que el cine nos acostumbró.
No hay que descartar que sin haber logrado acceder a información realmente relevante, de ahora en más se cierren mucho más lo caminos para acceder a la información desde la red y que en paralelo se perfeccionen los controles sobre lo que hace cada usuario frente a su computadora. La excusa “Wikileaks” viene al pelo.
Por último, las grandes víctimas de todo esto no son Cristina por su salud mental, Berlusconi por sus fiestas o Sergio Massa por sus descarnadas críticas a Néstor Kirchner. Quienes posiblemente han sufrido un tiro de gracia son la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, quien se posicionaba como presidenciable por los demócratas para 2012 y por sobre todo Barack Obama, el presidente que asumió con grandes promesas de cambios en la política interna y externa de su país, y que hoy encabeza un gobierno deshilachado, acosado por las corporaciones, el avance de los republicanos y el crecimiento de las expresiones de extrema derecha, como el Partido del Té. Muy ingenuo sería suponer que estas wiki filtraciones no contaron con inestimable ayuda de conspiradores del mismo poder norteamericano. Si es así, también el tiro de gracia habrá dado en la nuca a la esperanza de tiempos menos oscuros que los vividos durante los ocho años de la Administración George Bush.