miércoles, 13 de mayo de 2009

En Argentina, difundir Filosofía es un delito

Eso es lo que considera la Cámara Argentina del Libro, que inició una causa penal instigada por el lobby de una editorial francesa. Habla el autor de los sitios cuestionados.


Por Fernando Arredondo



Hay una noticia que corre como reguero de pólvora por Internet desde hace un tiempo que tiene como marco la contradicción cada vez más manifiesta entre legislación y libre acceso al conocimiento y la información, a partir de la expansión de las nuevas tecnologías. Se trata de una causa penal abierta en el Juzgado Nacional en lo Criminal de Instruccion Nº 37 de Buenos Aires contra el profesor de Filosofía Horacio Potel, que enseña en la Universidad de Lanús, por supuesta infracción a la Ley 11.723 de derechos de autor, también conocida como Ley Noble (por el fundador de Clarín, ver aparte). El delito que cometió Potel según la Cámara Argentina del Libro, la parte querellante, es haber creado y mantenido (sin fines de lucro, hay que subrayar) sitios webs dedicados a traducciones de trabajos filosóficos. Son tres las páginas de Potel: una con obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, otra con textos del también filósofo alemán Martin Heidegger y la restante, con trabajos del francés Jacques Derrida. Estos espacios además de la ahora cuestionada reproducción de textos, ofrecían fotos, biografías, comentarios y enlaces otros sitios vinculados. La ardua labor del docente había conducido a que sus sitios se conviertan en, posiblemente, los más visitados en la materia por cibernautas hispanoparlantes. Para comprobarlo solo basta teclear “Derrida” en Google: primero aparece una biografía de la popular Wikipedia; en segundo término está el sitio de Potel (www.jacquesderrida.com.ar) sobre un total de más de 3 millones de páginas. Este exitoso emprendimiento del saber ahora se ha convertido en una verdadera tortura para Potel –con quien UNO se comunicó vía mail– en una historia que se parece bastante a la de Josef K., aquel personaje de Franz Kafka de la novela El Proceso, que debía defenderse ante la Justicia de una acusación que nunca terminó de comprender.

—¿Cuándo inició usted sus páginas y que lo movilizó a hacerlo?

—Tuve mi primera computadora relativamente tarde, allá por el año 1998, venía con una oferta de “Internet gratis”. Allí estaba yo fascinado por las posibilidades que el formato digital le daba a mí trabajo y enamorado de contar con un medio que me daba la posibilidad de encontrarme con libros de los que siempre había oído hablar pero que, o estaban agotados hacía años, o jamás habían sido publicados, muchos de ellos porque al titular del derecho de copia no le interesaban o no los veía rentables o estaba encaprichado en no publicarlos. Yo estaba en esa época fascinado con el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Y de él había poco y nada en esos tiempos lejanos en la web. Algunos textos en inglés y alemán pero casi nada en castellano. El buscador Altavista (el Google de aquella época) indexaba sólo 15 textos sobre Nietzsche en castellano en toda la web. Pues bien, me pregunté ¿por qué no devolver los regalos y las sorpresas que la web me daba a diario, enriqueciéndola un poco? Y así fue que en una noche de diciembre de 1998 me puse a teclear una selección de textos de Nietzsche, y al otro día la obra de Nietzsche en castellano se había duplicado en la web. De esto ya pasaron diez años, de trabajo en gran medida solitario, pagado con mi tiempo y mi dinero sin ninguna clase de subsidio ni de apoyo de ninguna entidad, pero tampoco, sin los juicios y amenazas de prisión con que hoy me regalan entidades que dicen defender con estas acciones nada menos que la cultura.

—¿Cómo fue armando sus sitios? ¿Cuál fue su método de trabajo?

—Mi idea con Nietzsche era la de la selección. Menos que ahora, igualmente era fácil entonces conseguir ediciones de papel baratas de Nietzsche, con pésimas traducciones, de dudosos libros suyos: La voluntad de poder, Mi hermana y yo y otras falsificaciones, eran y siguen siendo lo primero con lo que uno se suele topar buscando saber quién era ese tipo que se volvió loco en Turín. Así que yo pensé construir mi Nietzsche, mi propia interpretación de Nietzsche, llevando a cabo una selección estricta de aquellos textos que yo consideraba indispensables al momento de “entrarle” a Nietzsche.

Luego fue el turno de los comentaristas de Nietzsche, es decir de lo que yo estaba leyendo. Esas webs son el mapa de mis lecturas, porque yo a esa altura del partido había descubierto algo que pareciera que mucha gente aún no sabe: las computadoras son más eficientes que los dispositivos analógicos a la hora de la producción y difusión de conocimiento. La primera vez que pude trabajar a Heidegger con ocho artículos suyos abiertos en mi computadora y no apilados en el suelo, perdiendo horas para buscar el lugar donde creía que está la cita que acababa de recordar, algo cambió en mi cabeza. Nadie subraya que es imposible el trabajo académico sin computadora, lo que implica sin la digitalización de los textos con los cuales se trabaja. Los libros de papel son muy útiles al leer una novela. Pero a la hora de escribir artículos de Filosofía, los libros de papel se convierten en un anacrónico estorbo. Así que me vi abocado a buscar esos textos digitalizados, corregirlos, hacerlos legibles, modificando algunas traducciones que de tan malas se vuelven incomprensibles y esto no sólo pasa con las ediciones “truchas”, ediciones carísimas de “prestigiosos” editoriales extranjeros nos obligan a manejarnos con verdaderas estafas al consumidor que terminan traicionando de la peor forma al autor que se dice defender, porque la culpa de que no haya nuevas y buenas traducciones es también, en numerosos casos, culpa del monopolio al que nos somete el copyright. Sólo puede hacer una nueva traducción el dueño del copyright al que lo que le importa no es, en la mayoría de los casos, la calidad de su producto, sino la ganancia que pueda sacar de lo que para él es una simple mercancía.

Por eso no he mencionado aún la palabra “Derecho de autor” porque el derecho del autor no tiene nada que ver con el derecho de copia. Que un autor pueda ser leído libremente, pueda ser encontrado, consultado, difundido, en un lugar que ofrece un mínimo de calidad sobre lo que publica, que no sólo reúne, recopila información sino que la ordena, que al ser un medio digital permite hacer búsquedas de conceptos en casi toda la obra escrita de ese autor, un lugar así es un derecho que todo autor debería tener. Derrida y Heidegger los tenían en la web, las corporaciones que viven a costa de ellos han terminado con estos derechos de estos autores, para hacer valer sus patentes y sus propiedades. Y esto si podríamos compararlo con un acto de piratería: un fabricante de libros de papel se da el lujo de hacer desaparecer del patrimonio público, del espacio público de la red dos bibliotecas enteras sobre dos de los filósofos más importantes del siglo que terminó, han hundido tirando debajo de la línea de flotación el barco que transmitía la obra de Derrida y Heidegger, barco en el que ellos, por cierto, no contribuyeron para nada en su construcción.

Este criterio de selección me parece importante y me parece que es algo que molesta mucho a las editoriales multinacionales, a las embajadas neocoloniales y a las corporaciones de editores. Al fin y al cabo se supone o se suponía que ellos estaban o están dotados del poder de decidir que debía ser difundido y que no. Este poder, este capital simbólico es al fin y al cabo capital al que ninguna corporación en su afán de lucro y poder, quiere renunciar.

Lo paradójico es que estas corporaciones amparadas por el poder y el dinero defienden formas de distribución que el mismo sistema económico y legal que les da la pequeña satisfacción de cerrar un lugar de difusión cultural libre y gratuito, los condena por otra parte a la desaparición. No soy yo el enemigo de las editoras de papel, es el progreso técnico impulsado por el mismo capitalismo el que ha vuelto ineficaz y obsoleto su negocio, con lo cual cada vez más estos señores van a necesitar para sobrevivir de la ampliación de sus patentes y sus monopolios, como ya podemos ver que pasa en España donde hay que pagarles una suma a estos patrones cada vez que uno quiere comprarse un articulo informático. Para defender la cultura, dicen, mientras la asesinan.

–¿Tiene idea de cuántos visitas registraban sus páginas?

—El sitio de Nietzsche registra al día de hoy más de 5 millones de visitas. Los sitios de Heidegger y Derrida estaban arriba del 1,3 millones, lo que para webs especializadas en Filosofía creo que no está nada mal. Ahora toda esta gente, estudiantes, profesores, amantes de la filosofía, se han quedado sin la posibilidad de acceder a estos textos y producir así a partir de ellos y de su herencia nuevo conocimiento. El copyright lejos de promover la cultura como dice la propaganda, en este caso al menos se comporta de manera barbárica.

¿Cómo se inició la causa en la que ahora usted quedó involucrado?

—La editorial francesa Minuit llamó a la embajada de Francia está llamo a la Cámara Argentina (o francesa, ya no se) del Libro y esta denunció los sitios ante la Justicia argentina. Parece un acto de colonialismo cultural, ¿no?

¿Usted tuvo algún aviso previo? ¿De qué modo se enteró que estaba siendo investigado?

—No tuve ni antes ni ahora ninguna llamada, ni de la embajada, ni de la Cámara.

Una noche después de cenar ya por irnos a acostar, sentimos, mi mujer y yo un timbrazo en el portero eléctrico seguido casi inmediatamente por una serie frenética de golpes en la puerta, abro y se me aparecen dos agentes del orden preguntándome si era Potel y mostrándome un papelito que no querían darme, en el papelito pude ver que decía un numero de causa y la palabra “criminal”. En medio de tan grata visita les pregunté a los señores que causa era esa y que quería decir el numerito: “Usted sabrá en qué anda” me contesto el servidor público. Algunas cosas no cambian nunca.

—¿Usted tiene sus teléfonos y cuentas de mail pinchados?

—Creo y confío en que no, pero esas son las medidas que pidió la Fiscalía, con el objetivo al parecer, de probar algo que todo el mundo sabe: que yo soy el autor de esas páginas.

—¿Qué hizo con sus sitios?

—Los desactive preventivamente, hasta que se decida la suerte de este proceso.