martes, 23 de noviembre de 2010

El rostro de la explotación




Fernando Arredondo

Los nadie, que cuestan
menos que la bala que los mata.
(Eduardo Galeano, Los Nadie)

Mientras nos entretenemos con las monerías que hacen por tevé Ricky Fort y Silvina Escudero o Graciela Camaño y Carlos Kunkel, en el “país real” que no sabe de presupuestos dibujados y ni de chocolates caros acontecen situaciones que nos recuerdan, entre otras cosas, que la inequidad social está tan vigente y vigorosa como hace siglos.
Por ejemplo: nos jactamos los argentinos haber estado a la vanguardia de la abolición de la esclavitud, primero con la Asamblea del Año XIII y luego con la Constitución de 1853. Pero en los hechos, esa forma de explotación siguió y sigue funcionando allá donde el Estado no llega, o llega y hace poco o no quiere llegar, y donde el hambre y las necesidades no dejan más opciones que aceptar las condiciones laborales de explotación impiadosa y de humillación que los patrones imponen sin ningún tipo de pudor.
La semana pasada se habló de varios casos que componen este cuadro. El primero es el de los trabajadores del arándano en Concordia. En Colonia Ayuí se produjo una especie de rebelión de los zafreros ante el incumplimiento de los empresarios de lo que prometieron para llevarlos a trabajar en la cosecha. Los trabajadores en principio quemaron pastizales y luego hicieron lo mismo con tres acoplados de la empresa Blueberries SA, que tiene domicilio en Capital Federal y que –en los papeles– emplea a 61 personas. La Policía fue llamada a intervenir contra los revoltosos, que se terminaron dispersando, excepto dos indocumentados de Mendoza. Dos personas que no existen para nadie más que para su explotador.
Una semana antes, también por esto de la cosecha del arándano, hubo inspecciones en la quinta “Mc Berry”, en Calabacillas, en cuyos galpones se encontraron 200 camas en las que pernoctan en condiciones inhumanas los trabajadores, que cobran 60 pesos la jornada, aunque los llevaron por 80 o 90 pesos. Entre otras cosas se comprobó que en los almacenes donde estos zafreros se abastecían (vinculados a sus patrones), le llegaban a cobrar 50 pesos la caja de sobrecitos de jugos Tang. En otro establecimiento se encontraron menores de edad, de Corrientes y Santiago del Estero. El Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia (Copnaf) realizó presentaciones en la Justicia federal y provincial por esto de los chicos explotados, pero hasta el momento las respuestas han sido negativas.
Otro caso grave de explotación laboral que se difundió esta semana fue uno detectado en una empresa avícola de La Plata hace ya dos años, pero que tuvo su desencadenamiento fatal el miércoles, el mismo día de la cachetada de Camaño a Kunkel. En esa jornada murió Ezequiel Ferreyra, un chico misionero de seis años que desde 2007 trabajaba en condiciones de esclavitud junto a su padre y el resto de su familia en una granja de la empresa “Nuestra Huella”. El nene manipulaba venenos para moscas y trabajaba con la sangre y el guano de los animales. Su situación había sido denunciada hace dos años por la Asociación Civil La Alameda, que grabó un video que se puede ver en YouTube (ver abajo). Ezequiel murió por un tumor cerebral y las sospechas apuntan a que se debió a los tóxicos con los que estuvo en contacto en su corta vida. Por ahora, se esperan los resultados de la autopsia.
Frente a esto, proclamar que existe un derecho constitucional a no ser esclavizado, suena a broma de mal gusto.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Muro de Berlín II


(Publicado por mierdra_2010 en el Once Digital de Paraná. Foto de César Vitali. Más imágenes acá)

Este muro fue construído por el dueño del barrio privado que se está levantando sobre los terrenos donde quedaba el hermoso balneario "Los Arenales", apropiados en forma "non sancta" y que tiene como objetivo separar a los "pobres" de los futuros habitantes "Clase A" del lugar. Un muro que discrimina, que no deja ver el paisaje con el que la gente del lugar creció y que pretende llegar hasta el río. Conocidos son los aportes del empresario dueño del lugar a campañas políticas que terminaron en gestiones que favorecieron sus negocios inmobiliarios en lugares que eran espacios públicos. En una ciudad que se promociona turísticamente, y que no tiene prácticamente playas a las que la gente pueda acceder, se necesitarían de lugares como el viejo balneario "Los Arenales", que era un terreno fiscal (supuestamente no se puede construir sobre el Túnel) y que vaya a saber en qué formas "non sanctas" terminaron en manos privadas. Los vecinos del lugar, ahora, en vez de mirar al río se enfrentan a un murallón gris que remite a hitos nefastos de nuestra historia. El muro discrimina, separa, además de generar una contaminación visual; e impide a un montón de vecinos acceder al río. Ojalá esto sirva para que la noticia circule y los vecinos de Paraná se manifiesten contra la apropiación sistemática y turbia de los pocos espacios públicos que están quedando en la ciudad frente al atropello del negocio inmobiliario.

martes, 9 de noviembre de 2010

“En las piernas, doctor, en las piernas”



Fernando Arredondo

Esto ya fue contado hace ocho años en otro medio, a poco de ocurrido, pero no está demás recordarlo. Se trata de algo que le pasó a un amigo poeta y callejero de Paraná, cuya obra nunca será conocida por completo porque tiene por costumbre quemar lo que escribe.
Cierta vez que nos encontramos me llamó la atención como le habían desfigurado la cara a golpes. Tenía los labios hinchados y marcas en el rostro de una feroz paliza. Preocupado, le pregunté que le había pasado y el me lo relató.
Todo comenzó una noche de viernes cerca del club Echagüe, donde se iba a presentar la banda punk porteña Attaque 77. La entrada costaba 8 federales y a 6 pesos se podía conseguir en Santa Fe.
Por supuesto la zona estaba llena de punkitos y mi amigo poeta estaba junto a algunos de ellos en un bar, libando y pasando el tiempo. Como es habitual en este tipo de encuentros, se armó una gresca callejera que derivó en una intervención policial. Estamos hablando de la Policía entrerriana que menos de un año antes había asesinado a tres jóvenes en los aciagos días de diciembre 2001.
Los “efectivos” hicieron lo que mejor sabían hacer. A palos y balas de goma lograron detener a un grupo de punks, que subieron en camionetas para su traslado. Entre los arrestados estaba el poeta, que cometió el error de levantarse de su mesa en el bar, asomar la nariz a la calle para ver que pasaba y quedar en el medio de la refriega. Me contó que no fueron muy amables a la hora de trasladarlo, sino que lo manotearon de la ropa, lo esposaron y lo pusieron boca abajo contra el piso de la camioneta. El vehículo comenzó su alocada carrera con sirenas. Los bajaron en la comisaría quinta, en calle Ameghino. En ese momento se dieron cuenta que lo peor recién estaba por comenzar.
Los “uniformados” bajaron a los detenidos del mismo modo que los habían subido, a los golpes. Los hicieron pasar por una especie de fila india, en la que les daban trompadas y patadas. (Al repasar esta parte recordé que cuando yo iba a la escuela primaria, los más grandes hacían esto con los más chicos en el patio de la escuela. Nunca sancionaron a nadie por esta juguetona tortura. Pensaba en como esa misma práctica se traslada, legitimada, de la niñez a la adultez).
Así fueron llevados hasta un patio donde los tiraron al suelo, siempre esposados. Allí le siguieron pegando, sobre todo patadas a la boca y a las costillas. Por eso los labios hinchados. La parte más brava fue cuando uno de los “funcionarios”, munido de una manguera, les levantó la botamanga de los pantalones y le dio sin asco sobre las pantorrillas. Luego otro les pisó los tobillos, para que sientan todo el peso de la autoridad. Finalmente los metieron en un calabozo.
Horas después fueron arrastrados hasta una oficina donde los observó un supuesto médico. “No tenés nada”, les decía a cada uno el doctor y les firmaba un papel en el que certificaba el buen estado de salud de cada detenido. A mi amigo poeta le dolían mucho las piernas, por los golpes. Buscando la complicidad del presunto médico, acercó su boca al oído y le dijo: “Me pegaron en las piernas, doctor, en las piernas. Fíjese”. Su interlocutor levantó la mirada y en vez de mirarlo, dirigió su vista al policía que estaba parado detrás, aunque seguía hablándole al poeta. “¿Dónde decís que te pegaron?”, preguntó en voz alta el médico. A buen entendedor pocas palabras. Mi amigo comprendió que era mejor callar, esperar el certificado y volver a casa, como finalmente sucedió pasadas más de 10 horas de arresto.
La semana pasada se conocieron denuncias de casos casos similares, en la misma comisaría. Los actores cambiaron, pero se ve que el patoterismo y la tortura siguen estando vigentes en el manual de estilo de nuestras “fuerzas de seguridad”. Como no es “nacional y popular” andar fajando gente así porque sí, es atinado pensar que se tomarán las medidas para frenar esta violencia, que solo engendra más violencia.