sábado, 30 de octubre de 2010

Un gran logro de Kirchner


Por Fernando Arredondo

La última vez que voté fue en las elecciones de octubre de 2001. No sé si alguien aún recuerda esa elección legislativa, pero fue en la que se impuso el denominado “voto bronca”, primera fase del “que se vayan todos”.
Aquella expresión popular (fogoneada bastante por los medios, hay que reconocerlo), fue casi el golpe de gracia para el gobierno de Fernando de la Rúa, que con Domingo Cavallo tratando de pilotear el engendro agonizante de la Convertibilidad, se aproximaba a su trágico final de los sangrientos días de diciembre.
Repasar los números de aquella elección desde la perspectiva actual realmente sorprende.
Los votos en blanco y nulos habían superado en un 700% el promedio de las cinco elecciones legislativas anteriores, desde el retorno de la democracia en 1983. También grafican la situación que esos votos se alzaron con el primer lugar en Capital Federal y en Santa Fe y quedaron segundos en Buenos Aires y terceros en Córdoba. Entre Ríos no fue la excepción a ese cuadro: los votos blancos y nulos sumaron casi un 20% del total (unos 125.000) tanto en diputados como senadores nacionales, quedando en tercer lugar detrás del PJ (que sumó alrededor de 230.000 sufragios en ambos ítems) y la Alianza Grande (136.000).
Como nuestra memoria es fugaz quizás no todos recuerden que uno de los más “votados” ese día fue Clemente, cuya figura apareció en el interior de cientos de miles de sobres de los sufragios. Se decía por entonces que no era casualidad que tanta gente haya elegido a ese simpático personaje de historieta como mejor candidato: no tenía manos, brazos ni alas, por lo tanto no podía hacer mucho. Tampoco podía meter la mano en la lata.
No voté en blanco ni anulé mi voto porque considero que no tiene sentido hacerlo, aunque respeto la decisión de quienes optan por el voto negativo porque es una forma de expresarse también. No recuerdo tampoco las listas que metí en el sobre, seguramente fueron las de alguna de esas agrupaciones que andan buscando gente hasta último momento para completar la nómina. Por lo tanto fue lo mismo que si hubiera metido a Clemente. La diferencia fue que mi voto, al ser positivo, sirvió para dividir a la hora de determinar las bancas. El voto negativo no aporta a ello.
En ese octubre de 2001 me sentí en un callejón sin salida: hiciera lo que hiciera en aquella elección en realidad no tenía opciones. Posiblemente ese domingo a la noche o en los días posteriores, quién sabe, decidí que nunca más iba a ir votar. Pensé que hacer algo sin ganas no tiene sentido y que en realidad no había nada por elegir.
Fue una decisión individual, sin intenciones de que sea imitada, de la cual me hubiera hecho cargo ante quien sea si hubiera sido necesario. Incluso si el Estado me hubiera reprochado por alguna vía mi decisión, tenía mis poderosos argumentos para retrucar: si el Estado me sanciona lo acepto, pero que antes se autosancione a sí mismo por todo el daño que a mí, a mi familia y a millones de personas le habían causado los delincuentes que lo gerenciaron durante años. Una ingenuidad absoluta y vergonzante, la mía.
Por todo lo ocurrido en los últimos años hace bastante que estaba decidido a romper con mi insignificante decisión de octubre de 2001.
Sucede que esta década finalmente estuvo marcada por ese vendaval llamado Néstor Kirchner que desde el Estado redefinió los términos del debate y la acción política. Recuerdo a una docente universitaria que allá por fines de 2003, en los albores del kirchnerismo, me dijo que el principal rasgo que observaba en Kirchner era ese de ponerse a la “vanguardia del conflicto”. El tiempo corroboró lo acertado de su diagnóstico.
Varios de los pasos dados por el patagónico en la política nacional nos obligaron a reconocer dónde estábamos parados y a tomar definiciones. A elegir. No sé cuál será mi elección en 2011 y menos si lo haré por el kirchnerismo, pero tengo la plena convicción de volver a sufragar porque ahora sí cada voto tendrá su sentido. Muchos destacarán con justicia múltiples aspectos positivos y negativos de Kirchner. Por pudor y con humildad, me limito a agradecer su aporte a la revalorización de mi voto.

sábado, 23 de octubre de 2010

La impotencia, en vivo y en directo


Fernando Arredondo

El periodista de C5N Fabián Doman, seguramente sin proponérselo, fue el autor de una frase que de entrada pareció poco relevante pero que al auscultarla adquiere grado de sentencia. Doman la pronunció durante la transmisión del rescate de los mineros en Copiapó, Chile. Ya era jueves de mañana, la muy gauchita Fénix 2 había realizado varios viajes hasta las entrañas de la montaña en busca de los atrapados, y una de decena de ellos ya estaba en superficie. Cuando la cápsula iba en su monótono ascenso con otro de los trabajadores, Doman dijo sobre el operativo de rescate: “Sale todo tan prolijo que hasta se pierde la emoción”. Parece poco, pero es mucho. La primera impresión ante esas palabras fue que nos encontrábamos frente a una especie de argentinismo en estado puro, esa parte del mal llamado “ser nacional” que entre otras bondades, posee la de pedir escándalos y goles con la mano a cada rato. Pero ese primer diagnóstico es insuficiente.
Lo que Doman estaba haciendo, de modo inconciente y producto del fastidio seguro, era denunciar la inutilidad de la transmisión que estaba conduciendo y a la que todavía le restaba la friolera de ¡¡16 horas!! para concluir, ponerle el moñito y pasar al debate por el 82% móvil desde el Senado argentino. Poniendo esto en términos monetarios: la inversión que el canal había realizado para ir en busca de una historia emocionante se estrellaba con la realidad de una polea metiendo y sacando hasta el cansancio un chirimbolo dentro de un agujero, con menos excitación que una porno por Venus.
Las autoridades de Copiapó, una vez terminado el famélico show, dieron un dato que sirve para ver la magnitud del fiasco: la ciudad de 150.000 habitantes obtuvo ganancias por 20 millones de dólares –jamás previstos– por los 70 días que duró la situación. La mayor parte de los ingresos provinieron de los familiares de los mineros, pero sobre todo de los enviados especiales del extranjero, que se alojaban en los hoteles más caros. Tan bien le fue a Copiapó con esto (sobre todo en los sectores alojamiento y servicios), que los empresarios locales llamaron a lo vivido “el segundo verano”. Un ejemplo pone más claridad: hubo días en que en Copiapó no había como conseguir un paquete de cigarrillos. Menos mal que Mario Sepúlveda, el segundo minero rescatado, salió del pozo a los gritos y festejando con el público presente, como lo hacían los chicos cuando dejaban la Casa de Gran Hermano. Si este obrero no hubiera tenido la deferencia de mostrarse tan exultante, los canales hubieran tenido que trabajar muchos más para lograr imágenes de alto impacto para sus resúmenes.
Vamos a ser claros: los medios fueron en busca de una noticia sensacionalista, que nunca ocurrió porque el gobierno midió al milímetro cada paso del operativo, tanto el de rescate como el mediático: no hay que olvidar que Sebastián Piñera es también dueño de un canal de televisión. Por lo tanto de transmisiones sabe.
Como no hubo espacio para el amarillismo, se busco crear el mito del minero bígamo. Eso también falló. Después los trabajadores se guardaron y hoy ya la gente ya casi ni habla del tema. He ahí el kid de la cuestión: los medios no tienen como capitalizar lo invertido. Se prepararon para una parrillada y tuvieron que conformarse con una ensalada.
Como dicen algunos de los que adscriben a eso del “fin del periodismo” (hay mucho para leer en internet al respecto), es posible que esta haya sido la última megacobertura de este tipo (“en vivo y en directo desde el lugar de los hechos”) y que de ahora en más se eche mano a los recursos más baratos, más efectivos y menos aburridos que –creatividad mediante, claro– internet brinda. Quizás entendieron que ya no tienen el monopolio de la construcción de la noticia y que hoy la gran tarea es surfear sobre las olas del flujo informativo que las audiencias conducen de modo impredecible.

sábado, 16 de octubre de 2010

El telefonazo monopólico


Fernando Arredondo

Cuando Argentina entró en la etapa de las privatizaciones, hace ya dos décadas, había dos argumentos que se esgrimían para justificar la acción: una era que las empresas estatales eran unos mastodontes deficitarios que debían ser encauzados; el otro era –puntualmente en el caso de la telefonía–, que los usuarios no tenían opciones a la hora de contratar el servicio ya que el estado tenía el monopolio. Este era el caso de Entel.
Pasado el tiempo, los gobiernos y las crisis podríamos decir que en la cuestión de la telefonía hemos dado vuelta en círculos para terminar –desde la perspectiva del usuario– parados en el mismo lugar, con la diferencia de que la plata en vez de ir a parar al buche del Estado, se toma el buque y marcha hacia Europa.
En esta misma senda se alinean las novedades conocidas en la semana vinculadas a este servicio. Todo ocurrió de modo silencioso mientras la atención pública estaba puesta en el rescate de los mineros chilenos y luego, en el poco serio debate legislativo por el 82% móvil para los jubilados.
El gobierno, que no para de manifestar su vocación antimonopólica como supuesta bandera de lucha, bendijo el miércoles el ingreso de Telecom Italia (empresa controlada accionariamente por Telefónica de España) a Telecom Argentina. Es lógico sospechar que esto implica casi una fusión entre Telefónica y Telecom en el país.
Este es el capítulo final de una novela que comenzó en noviembre de 2007. Por entonces el grupo argentino Werthein, con el 50% de la acciones de Safora, la controlante de Telecom Argentina, acudió a la Justicia para denunciar a Telecom Italia (dueña del otro 50%) por dos razones: una por el ingreso de Telefónica de España como accionista dominante en Italia lo que la podría colocar en posición monopólica en Argentina; la otra razón, la mas importante sin dudas, era que los Werthein se negaban a vender a precio bajo parte de sus acciones en Sofora a Telecom Italia, como estaba estipulado desde 2003 cuando los argentinos ingresaron en el negocio. El gobierno se metió en la disputa favoreciendo los intereses de los Werthein, e impidiendo, a través de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNC), que Telecom Italia ejerza su opción de compra en Sofora.
Finalmente la Justicia argentina terminó dándole la razón a Telecom Italia, y haciéndole jaque mate al gobierno y los empresarios argentinos. De ese modo los Werthein no tuvieron más opción que desprenderse del 8% de sus acciones en Sofora: les quedó el 42%, mientras que Telecom Italia pasó a dominar con el 58%.
El miércoles por la tarde Cristina Fernández firmó un acuerdo con los empresarios para que finalmente la operación se concretara. El acuerdo en cuestión indica que Telefónica de España no podrá, a través de Telecom Italia, inmiscuirse en las decisiones que se tomen en Telecom Argentina. El titular de la CNC, Humberto Guarda Mendoza dijo luego del encuentro en la Casa Rosada que “todos los directores de Telefónica de España deberán abstenerse de participar de votaciones y discusiones (vinculadas a Telecom Argentina). Habrá penas personales por la violación de esto”, amenazó.
El diario económico español Cinco Días, del grupo español Prisa, presentó la noticia con este título contudente: “Telefónica y Telecom Italia ganan; Argentina se rinde”.
Para contrarrestar el impacto de la derrota, la semana próxima el gobierno anunciaría la creación de una operadora de telecomunicaciones estatal, que se llamará Arsat. En principio no ofrecería telefonía ni fija ni móvil, sino que brindaría servicios mayoristas a cooperativas, proveedores de Internet y grandes empresas.
Mientras, los usuarios de las 9,2 millones de líneas fijas en servicio en Argentina seguirán a la espera de algún día tener verdaderamente chances de elegir a quien contratar.