sábado, 11 de diciembre de 2010

Capital de las contradicciones



Por Fernando Arredondo

Está espesa Buenos Aires, está rara. “Hay como una violencia contenida”, me dice alguien que le pone algunas palabras, un atisbo de explicación a lo que se siente caminando por la capital del país, una ciudad cada día más extraña –sobre todo para los que vivimos en el interior del interior–, donde la tonada de una paraguaya, una correntina o una salteña (para el caso da lo mismo) explotada en un bar puede llegar a ser, para quienes viven allí, un exotismo cool.
Una ciudad de contrastes cada vez más marcados la Reina del Plata, esa megalópolis que se chupa todo y que de tan angurrienta hoy se atraganta con inmigrantes indocumentados de países limítrofes que llegan hasta sus entrañas para ser explotados en talleres textiles o de otro tipo y que –vaya paradoja–, le usurpan en la zona sur, la zona pobre, un parque que se llama “Indoamericano”, donde piensan enclavar sus chozas de nylon pase lo que pase, incluso si los siguen matando. Ya van cuatro.
Como buen provinciano, uno no deja de sorprenderse mientras camina por Buenos Aires, sobre todo en lugares como Palermo. Me cuenta un nacido y criado en un barrio cercano que hasta la década del 90 Palermo era distinto: “era bravo entrar acá. Estaba lleno de talleres mecánicos, no como ahora”, me sintetiza. Barrio de “una despreocupada pobreza”, había escrito Borges.
Hoy es tierra ocupada: de a ratos no se escucha a nadie hablar en español. Son todos ingleses, franceses, alemanes, brasileños que se pasan el tiempo comiendo y bebiendo en sus bares a toda hora.
Tantos euros y tantos dólares dando vueltas producen exorbitancias. Producto de esa fiebre consumista que impregna todo de repente uno puede llegar a encontrarse parado frente a la vidriera de una tienda en el denominado “Palermo Soho”, donde una camisa estampada cuesta 780 pesos. O un jean 1.600 pesos. Son precios de “Bolivia”, nombre de la tienda en cuestión, donde entre otros se visten (o vistieron) Gustavo Cerati y Andrés Calamaro. Jorge Lanata participó de una campaña publicitaria on line para esta marca junto a otras celebrities.



Gustavo Samuelian, dueño de la tienda, ha admitido que no conoce Bolivia y que eligió el nombre porque es “fuerte, con personalidad”. Muy cool. Tanto prestigio tiene “Bolivia” que incluso fue mencionada en una crónica porteña en The New York Times, que entre otras cosas dice: “Buenos Aires es una ciudad donde, para gracia de los argentinos y de los vecinos, todos lucen bien. Las mujeres son altas y de pelo largo, y de igual forma son los hombres…”.
La crónica no comenta nada acerca de la gente que había comenzado a armar una toldería a unas 10 cuadras de allí, a los costados de las vías del tren que va a La Paternal. Aún hoy se ven los restos del frustrado asentamiento. “Eran unas 50 familias, todos cartoneros. La semana pasada los desalojaron. Villa Hollywood le habían puesto”, cuenta un taxista mientras nos conduce por la zona. El asentamiento estaba en el corazón de lo que hoy se conoce como “Palermo Hollywood”.
Por llegar a Barrio Belgrano, más al norte en la ciudad, mi compañera y yo le pedimos orientación a un hombre parado en una casillita, que simulaba ser un kiosco de revistas en Plaza Barrancas (un mini Parque Urquiza rodeado de edificios y una avenida). Simulaba, digo, porque en la casillita no había nada. Más bien eso parecía un improvisado puesto de vigilancia. Antes de indicarme hacia dónde ir, nos preguntó, serio: “¿Los asaltaron?”. “No, solo estamos un poco desorientados”, le aclaramos. Sin perder la seriedad, el tipo nos dijo “anden con cuidado, esta zona está muy peligrosa”. Era mediodía. Seguimos camino, sin temor porque la verdad nada de lo que nos rodeaba nos significaba peligro. Coincidimos, por cierto, en que quizás tanta contradicción se resuelve con esos niveles de paranoia. Y a veces con sangre, como en Villa Soldati.

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