viernes, 9 de marzo de 2012

Una batalla por el sentido


Eduardo, casi borracho, nos mirá serio: “Nosotros somos una colonia de ustedes”, dice. Un silencio espeso sigue a su sentencia, dictada desde su mesa hacia la nuestra en un rinconcito del casi desierto bar Montevideo Sur, a 500 metros de la Rambla de la capital del paisito, una siesta del febrero que se fue. No supe bien que contestarle, como seguir la charla que hasta allí había sido algo desordenada, amena. Instintivamente se vino a mi mente la imagen de David Cameron frente al parlamento inglés, acusándonos de colonialistas. Mientras buscaba más puntos de contacto entre Eduardo y el premier inglés, otro de los parroquianos se metió en la charla. Acodado al mostrador de este viejo almacén que supo ser lugar de encuentro de periodistas y obreros gráficos del extinto diario La Mañana, un hombrecito morocho, con poco pelo y mal teñido, de ojotas, gorra, bermuda y camisa blanca abierta hasta más abajo del pecho, dejando lucir un rosario, le pregunta a Eduardo, que hace como que no lo escucha, “¿qué estás diciendo?”. Ante la indiferencia, el hombrecito camina hasta nosotros, y acercando el dedo índice casi hasta la nariz de su compatriota, dispara: “Nosotros no somos colonia de nadie, entendiste. De nadie”. Se vuelve a su lugar. Eduardo, se levanta y lo sigue. Se arma un griterío del que apenas se entiende “Andate a Punta del Este y fijate de quién es”, “¿Por qué no te vas a vivir a Argentina, a ver si te dan trabajo?”, “¿No te das cuenta que hasta para poner una fábrica tenemos que pedir permiso?”, “Callate”, “¿Quién sos vos para hacerme callar”. Cuando la discusión llega a un punto crucial, la dueña del bar, una gallega que llegó a Uruguay siendo niña, con su familia escapando de la hambruna pos guerra civil, demostrando su experiencia en este tipo de situaciones suelta un par de retos y cierra con un: “Aquí nadie se pelea. O se van”. El hombrecito da media vuelta y se marcha. Eduardo vuelve a su mesa y nos dice: “Así hay que tratarlos a estos. Se creen que a uno lo pueden callar. No se por qué la gallega deja entrar a cualquiera”. Se sienta y aplaca sus nervios con un buen trago de vino de blanco “de la casa”. En ese momento me percato que además del vaso, sobre la mesa tiene un libro de Saramago, “El Evangelio según Jesucristo”, señalado en la mitad.
Ya relajado, no pierde el empecinamiento en confirmar su hipótesis. “¿Vos podés creer que cuando juegan Boca y River los diarios de acá le dedican tres o cuatro páginas? A ver, díganme, ¿como informan allá de un Nacional-Peñarol? Seguro que ni con lupa encontrás como salieron”. No pude mentirle, le di la razón y parece que eso lo calmó. Abonando a su apaciguamiento, le aclaramos, por las dudas, que veníamos del Litoral. “Uy, Paraná, el Túnel, Santa Fe. ¡Santo Tomé! ¡Qué pescados se comen! Anduve mucho por ahí en los 80”.
No eran las 5 de la tarde cuando nos despedimos. Nos recomendó pasar a la noche por un bar cercano. “Sirven buen whisky y no es una medida: te llenan el vaso”, promocionó, antes de partir hacia su puesto de diarios.
Ya había librado su batalla por el sentido de la palabra colonia, tan sensible a todos.
Me parece, se creía vencedor.

(Publicada en UNO Entre Ríos el 03/03/2012)

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